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que forman tocando á muerto
la campana y el canon;
sobre tu invicto pendón
miro flotantes crespones,
y oigo alzarse á otras regiones
en estrofas funerarias,
de la Iglesia las plegarias
y del arte las canciones.

Lloras porque te insultaron
los que su amor le ofrecieron...
¡á tí, á quien siempre temieron
porque tu gloria admiraron:
a tí, por quien se inclinaron
los mundos de zona á zona;
á tí, soberbia matrona
que libre de estraño yugo,
no has tenido otro verdugo
que el peso de tu corona!

Do quiera la mente mia
sus alas rápidas lleva,
allí un sepulcro se eleva
cantando tu valentía:
desde la cumbre bravia
que el sol indio tornasola,
hasta el Africa que inmola
sus hijos en torpe guerra,
¡no hay un puñado de tierra
sin una tumba española!...

Tembló el orbe á tus legiones,
y de la espantada esfera
sujetaron la carrera
las garras de tus leones.
¡Nadie humilló tus pendones,
ni te arrancó la victoria;
pues de tu gigante gloria
no cabe el rayo fecundo
ni en los ámbitos del mundo,
ni en el libro de la historia.

Siempre en lucha desigual
cantan tu invicta arrogancia,
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial.
En tu suelo original
no arraigan estraños fueros;
porque indómitos y fieros
saben hacer tus vasallos,
frenos para sus caballos
con los cetros estranjeros...

Y aun hubo en la tierra un hombre
que osó profanar tu manto...
espacio falta á mi canto
para maldecir su nombre!...
Sin que el recuerdo me asombre,
con ansia abriré la historia;
presta luz á mi memoria,
y el mundo y la patria á coro
oirán el himno sonoro
de tus recuerdos de gloria.

Aquel genio de ambición
que en su delirio profundo
cantando guerra hizo al mundo
sepulcro de su nación,
hirió al ibero león
ansiando á España regir;
y no llegó á percibir,
ebrio de orgullo y poder,
que no puede esclavo
ser pueblo que sabe morir.

«¡Guerra!» clamó ante el altar
 el sacerdote con ira;
«¡guerra!» repitió la lira
con indómito cantar:
«¡guerra!» gritó al despertar
el pueblo que al mundo aterra;
y cuando en hispana tierra
pasos estraños se oyeron,
hasta las tumbas se abrieron,
gritando: «¡Venganza y guerra!»

La virgen con patrio ardor,
ansiosa salta del lecho;
el niño bebe en el pecho
odio á muerte al invasor;
la madre mata su amor,
y cuando calmado está
grita al hijo que se va:
«pues que la patria lo quiere,
lánzate al combate y muere;
tu madre te vengara!»
el grito de patria zumba;
y el rudo cañón retumba,
y el vil invasor se aterra,
y al suelo le falta tierra
para cubrir tanta tumba!

Mártires de la lealtad,
que del honor al arrullo
fuisteis de la patria orgullo
y honra de la humanidad...
en la tumba descansad,
que el valiente pueblo íbero
jura con rostro altanero
que hasta que España sucumba,
no pisará vuestra tumba
la planta del estranjero.

Bernardo López García.

PARRICIDA.

Tú has dado vida á mi amor;
tú eres la causa no mas;
pero tan esquiva estás
que se muere de dolor.
Cese, pues, tanto rigor;
que si no calmas mi herida
té llamaré ¡parricida!
ya que, sólo por quererle,
sin compasión das la muerte
á quien has dado la vida.

Ricardo Sepúlveda.

NOVELAS Y CUADROS DE COSTUMBRES.

LA CENA DE LOS MUERTOS.
TRADICION ANECDÓTICA DEL SIGLO XVIII.

(Conclusión.)

XIII.

Tocó á su vez el turno á Diderot.

—No he sido, dijo, tan sabio como el mundo de mis sectarios pretende, en lo cual mi misma presunción también me ha engañado: la Enciclopedia, ese laberinto heterógeneo que dió á mi nombre una celebridad nada envidiable, no me pertenece en cierto modo; es evidente que su filosofía doctrinaria me haria bien poca honra: ¿qué queréis? mí propio orgullo me ofuscó en las regiones de la ciencia, donde vacilé errante y deslumhrado ante los esplendores del portento; quise escalar espacios, medir el vacío, invadir ¡necio de mí! todas las esferas; y caí por fin derretido, pulverizado por el vértigo de nii soberbia y de la impiedad, mejor diré, de la ignorancia, porque ignorante y desgraciado es el que se estravía por un sistema erróneo.

—Hay un principio salvador que reasume todos los sistemas, exclamó Marco Tulio, y que viene rigiendo siempre la conciencia de las generaciones al través de la marcha constante de la humanidad y de los siglos; el amor de la criatura hácia todo cuanto le rodea y es digno de él: ese camino conduce siempre á la grata satisfacción del bien, bajo cualesquiera forma y nombre con que se le invoque, y seria el talismán que diera la felicidad al mundo. ¡La caridad! ¡Oh! sí, venimos aquí para amar al Criador en sus obras, mereciendo por ello ser amados, por un derecho incuestionable de reciprocidad mútua. Miembros todos de una familia, cuyo padre es tan bueno y vela constantemente sobre ella, ¿qué podemos temer del sistema que se opone á esa caridad y á ese amor? Los trabajos del Foro, mis vicisitudes, la lucha cruel que agitó mi vida pública y privada, y por fin, el asesinato que coronó mi carrera, han purificado mi alma, escudada por el buen deseo de la conciencia y de la voluntad que siempre me inspiraron el bien, y que aun en medio del caos moral que estravíara la razón de la sociedad gentílica en que viví, aun en medio de la ridicula multiplicación de sus divinidades quiméricas, quedó siempre exenta de esas flaquezas débiles, obteniendo por fin el apreciable don profétíco de la verdad que tanto bien me ha reportado. Volviendo á lo primero, ¡oh! sí, muchas veces, desde la tribuna de las Arengas, donde abogaba por mis clientes, desde lo alto del Capitolio y de la roca Tarpeya, vi agitarse á mi voz allá abajo el tumultuoso oleaje del pueblo, esclavo y rey al propio tiempo del universo, como un mar proceloso, embrutecido por el error y la ignorancia, y le compadecí, porque la ignorancia es la plaga mas asquerosa de la humanidad.

—Déboos, señores, un grato reconocimiento, dijo el abate de Voisenon sonriendo y en tono placentero, al merecer la honra de vuestro recuerdo, si bien mi carácter me impide espresarme con la sinceridad que quisiera: sólo os diré que mis obras, tan escéntricas como lo fui yo mismo en esta vida, han perdido su importancia desde que el programa social, desplegando la acción de su desarrollo, marcha por las vias del progreso y de la discusión, esas armas del criterio, al cual debe la civilización su constante incremento.

—¿Qué queréis que os diga, exclamó á su vez el duque de Choiseul, sino lo que la historia ha venido á recoger de mi administración civil? Ahí están los hechos todavía palpitantes de mi conducta en el poder; bien es cierto, que los hay de tal naturaleza, que me abstengo de reproducirlos, y en particular los que afectan á escándalos con los cuales hube de contemporizar, y que renuncio á esplanar porque se resentiría mi amor propio, que es el de mi familia, á quien legué con él mi patrimonio entero al tiempo de emigrar al otro mundo por un simple capricho gastronómico que me allanó los inconvenientes del camino.

XIV.

Las cuestiones chocaban y se sucedían, tomando un giro acalorado y anárquico y creciendo, por decirlo asi, con rapidez asombrosa. Todos hablaban, sin entenderse apenas, produciendo una confusa Babel, un huracán de airadas controversias, en que los convidados de carne y hueso llegaron á olvidar que se las habían con livianos fantasmas incorpóreos, provocadores hasta el estremo.

El anfitrión era el único sér inmóvil é impasible que asistía á aquellas escenas estrañas, y en cuyos labios de carmín parecía vagar siempre la eterna sonrisa que daba á toda su naturaleza un privilegio de superioridad sobre todo cuanto le rodeaba.

Llegaron á un estremo gravísimo; mediaban dicterios, amargas imprecaciones y hasta blasfemias, siendo tal el desconcierto, que mas de un comensal, ciego de cólera y sin temor al ridículo, se precipitó espada en mano sobre aquellos espectros que les provocaban de intento con su sonrisa cáustica desde los asientos que ocupaban. Levantáronse todos, y mecidos por aquellos vapores diáfanos, fueron elevándose sobre la mesa y replegándose hácia el fondo del gabinete, desde donde lanzaron palabras burlescas, y una insultante carcajada de mofa con que parecieron acojer la pueril evolución ofensiva de los caballeros, los cuales quedaron paralizados como por una fuerza secreta y poderosa. La memoria vino entonces á recordarles su error, y enmudecieron.

XV.

La atmósfera iba oscureciéndose gradualmente; la niebla que velaba el ambiente, condensábase por instantes, como una bruma de nieve, ante la cual borrábanse los objetos, cuyos contornos vacilantes se perdían en aquella masa de rosados é indecisos vapores.

Entre esa nebulosa condensación agitábanse los seis espíritus cada vez mas confusos, y cuyas aparentes formas, pálidas como el mármol, flotaban en aquellos vapores, como livianas sombras producidas por la linterna májica y haciendo crujir su osamenta con un chasquido elástico.

A medida que se disipaba la aparición, aumentábanse las sombras, y las errantes formas de los cadáveres, ajitadas al parecer por un soplo invisible, vacilaban cada vez mas en el espacio, tomando grotescas proporciones y descomponiéndose á veces en átomos que rodaban, revoloteando como copos de nieve.

La mesa con sus paramentos, los sitiales, los muebles de ébano, marfil, sándalo y palo rosa, las estátuas de alabastro oriental, la luz misma, trémula y moribunda, todo desaparecia lentamente. Hasta los mismos bustos que colgaban de las paredes parecian girar al través de aquellas gasas y disolverse luego, fundiéndose en su torbellino, como'fugitivas visiones: sólo Bálsamo, en medio de aquella conturbación general, permanecía cada vez mas sereno y magestuoso, ocupando su preferente sitio, animado el semblante, dilatada su ardiente pupila y sonriendo siempre, como un dios gentílico rodeado de esplendorosas nubes....

Las gratas armonías del arpa volvieron á resonar en aquella mansión misteriosa, acompañadas de un coro de lejanas voces, cuyo eco iba perdiéndose lenta y pausadamente en medió del silencio de la noche; y mientras tanto, la luz cada vez mas débil, iba estinguiéndose también por grados, hasta que la oscuridad lo invadió todo. .

XVI.

Entonces se abrió un postigo secreto, y los seis personajes, conducidos por Cagliostro, salieron al pabellón de un jardín, que poco antes les condujera por medio de un pasillo al gabinete de la evocación, 'y al cual daba ingreso.

El viento húmedo de la noche hirió sus semblantes pálidos, que traspiraban un sudor de agonía y de asombro.

Aspiraron entonces las embalsamadas brisas que suspiraban en los floridos grupos de las plantas y difundían su hálito de voluptuosa vida.

—¿Creéis ya en mi poder, señores? preguntó Bálsamo en tono de satisfactorio triunfo.