de abril. En esta montaña se encuentran cinco o seis plantas tan raras como célebres, sobre todo una: la boryana variabilis, descubierta y bautizada por M. Bory de Saint Vincent. ¿Debia yo dejar semejante vacío en mi herbario y presentarme en el museo de Hamburgo sin la boryana variabilis?
Respondi al Rey:
Acepto tu hospitalidad, pero con una condi— ción.
¿Cuál?
Que me devolverás mi caja.
—Pues bien, concedido; pero con una condición también.
— ¡Veamos!
Que me dirá usted para qué sirve.
¡Si sólo de eso se trata! Me sirve para guardar las plantas que recojo.
Y ¿por qué busca usted plantas? ¿Para venderlas?
¡De ninguna manera! No soy un comerciante:
soy un sabio.
Me tendió la mano y me dijo con alegria visible:
¡Cuánto me alegro! La ciencia es una cosa bella. Nuestros abuelos eran sabios; acaso lo serán nuestros nietos. En cuanto a nosotros, nos ha faltado tiempo. ¿Se estima mucho a los sabios en el país de usted?
— Muchisimo.
¿Les dan buenos puestos?
A veces.
¿Les pagan bien?