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Bastante.

¿Les colocan cintitas sobre el pecho?

— De cuando en cuando.

— ¿Es verdad que las ciudades se los disputan?

— Así ocurre en Alemania.

¿Y que se considera su muerte como una calamidad pública?

— Desde luego.

— Lo que usted dice me llena de satisfacción. Asi, pues, ¿no tiene usted que quejarse de sus conciudadanos?

99 ¡Muy al contrario! Su liberalidad es lo que me ha permitido venir a Grecia.

¿Le pagan a usted los gastos de viaje?

— Desde hace seis meses.

¿Es usted, pues, muy instruido?

— Soy doctor.

¿Existe un grado superior en la ciencia?

No.

—¿Como cuántos doctores hay en la ciudad que usted habita?

— No sé el número exacto; pero no hay tantos doctores en Hamburgo como generales en Atenas.

¡Oh! ¡Oh! No privaré a vuestro pais de un hombre tan raro. Usted volverá a Hamburgo, señor doctor. ¿Qué se diria allá si supiesen que está usted prisionero en nuestras montañas?

— Dirian que es una gran desgracia.

—¡Vamos! Antes que perder un hombre como usted, la ciudad de Hamburgo se impondrá muy bien un sacrificio de quince mil francos. Recoja usted su