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caja, corra, busque, herborice y prosiga el curso de sus estudios. ¿Por qué no mete usted en su bolsillo este dinero? Es de usted, y yo respeto demasiado a los sabios para despojarlos. Pero el pais de usted es lo bastante rico para pagar su gloria. ¡Afortunado joven! ¡Hoy reconoce usted cuánto valor añade a su persona el titulo de doctor! Yo no hubiese pedido ni un céntimo de rescate si hubiera usted sido un ignorante como yo.

El Rey no escuchó ni mis objeciones ni las interjecciones de la señora Simons. Levantó la sesión y nos mostró con el dedo nuestro comedor. La señora Simons bajó a ól protestando de que devoraría la comida, pero que nunca pagaria la cuenta. Mari—Ann parecia muy abatida; pero tal es la movilidad de la juventud, que lanzó un grito de alegria al ver el lugar ameno en que nuestra mesa estaba puesta.

Era un rinconcito de verdura engastado en la piedra gris. Una hierba fina y apretada formaba la alfombra; algunos macizos de alheñas y laureles servian de tapices y ocultaban las murallas a pico. Una hermosa bóveda azul se extendía sobre nuestras cabezas; dos buitres de largo cuello, que se cernian en el aire, parecían haber sido suspendidos para encantode los ojos. En un rincón de la sala, un manantial, limpido como el diamante, colmaba en silencio su copa rústica, se derramaba sobre los bordes y se precipitaba en cinta argentada, por la vertiente resbaladiza de la montaña. Por este lado la vista se extendia hasta lo infinito hacia el frontón del Pentélico, el gran palacio blanco que reina sobre Atenas,