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No sé quién de los dos pronunció primero la palabra bandidaje. Los viajeros que han recorrido Italia hablan de pintura; los que han visitado Inglaterra hablan de industria: cada país tiene su especialidad.

—Querido amigo—pregunté al inestimable desconocido—, ¿ha encontrado usted bandidos? ¿Es verdad, como se pretende, que hay todavía bandidos en Grecia?

—Por desgracia, es verdad—respondió gravemente. Yo he vivido quince dias en manos del terrible Hadgi—Stavros, llamado el Rey de las montañas; puedo, pues, hablar por experiencia. Si está usted desocupado y no le intimida un largo relato, estoy dispuesto a darle detalles de mi aventura. Puede usted hacer de este relato el uso que quiera: una novela, un cuento o, más bien—pues es histórico—, un capítulo adicional a ese librito donde ha reunido usted tan curiosas verdades.

—Es usted muy bondadoso—le dije—, y mis dos oidos están a sus órdenes. Entremos en mi cuarto de trabajo. Al menos, tendremos menos calor que en el jardín, y el perfume de las resedas de los guisantes de olor no dejará de llegar a nosotros.

Me siguió de muy buen talante, y mientras marchaba iba tarareando en griego un canto popular:

Un Clefta ojinegro baja a la llanura; su fusil dorado a su paso suena; a los buitres dice: Venid a mi lado; porque he de serviros el baja de Atenas!»