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embolso, y que, además, se hacia una requisa de los ganados.

Interrumpido en medio de la deliberación, HadgiStavros dispensó a sus prisioneras una acogida glacial. No ofreció siquiera un vaso de agua a la señora Simons, y como ésta se hallaba todavia sin desayunarse, fué muy sensible a este olvido de las conveniencias. Yo tomé la palabra en nombre de las inglesas, y la ausencia del corfiota obligó al rey a que me aceptase como intermediario. Le dije que después del desastre de la vispera le agradaria conocer la determinación de la señora Simons; que ésta habia resuelto pagar su rescate y el mio; que los fondos serían entregados el dia siguiente, ya en el Banco de Atenas, ya en cualquier otro lugar que quisiese, mediante un recibo.

—Me alegro—dijo—que estas mujeres hayan renunciado a llamar al ejército griego en su auxilio.

Digales que se les dará por segunda vez recado de escribir; ¡pero que no abusen más de mi confianza!

¡Que no me atraigan los soldados aqui! Al primer uniforme que vea en la montaña les mando cortar la cabeza. ¡Lo juro por la Virgen del Megaspileon, que fué esculpida de mano del mismo San Lucas!

—No tenga usted ninguna duda. Empeño la palabra de estas señoras y la mia. ¿Dónde quiere usted que se depositen los fondos?

—En el Banco nacional de Grecia. Es el único que no ha hecho todavia bancarrota.

—¿Tiene usted un hombre de confianza para llevar la carta?