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Tengo al buen viejo. Ahora lo llamarán. ¿Qué hora es? Las nueve de la mañana. El reverendo no ha bebido todavía lo bastante para estar achispado.

—¡Aceptado el monje! Cuando el hermano de la señora Simons haya entregado la suma y tomado su recibo, el monje vendrá a traernos la noticia.

—¿Qué recibo? ¿Por qué un recibo? Nunca los he dado. Cuando todos ustedes estén en libertad se verá que me han pagado lo que me debian.

—Yo creia que un hombre como usted debía llevar los negocios a la moda de Europa. En buena administración...

—Yo llevo los negocios a mi manera, y soy demasiado viejo para cambiar de método.

—Como usted guste. Le pediía esto en interés de la señora Simons. Es tutora de su hija menor, y le deberá cuenta de la totalidad de su fortuna.

—¡Que se arregle como pueda! Me preocupo tanto de sus intereses como ella de los mios. ¿Es una desgracia que tenga que pagar por su hija? Nunca he sentido lo que he desembolsado por Fotini. Aquí tiene usted papel, tinta, cañas, Tenga usted la bondad de vigilar la redacción de la carta. Le va a usted también en ello la cabeza.

Me levanté todo confuso y segui a las señoras, que adivinaban mi turbación, sin saber su causa. Pero una inspiración súbita me hizo volver sobre mis pasos. Dije al Rey:

—Evidentemente, ha hecho usted muy bien en negar el recibo, y yo he hecho mal en pedirselo. Es