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II

Fotini

Por la edad de mi indumentaria habrá usted adivinado que no tengo diez mil francos de renta. Mi padre es un hostelero arruinado por los ferrocarriles. Come pan en los buenos años y patatas en los malos. Añádase que somos seis hijos, todos con excelente dentadura. El dia que obtuve por concurso una pensión del Jardín de Plantas, celebramos una fiesta en la familia. Mi marcha no sólo aumentaba la ración de cada uno de mis hermanos, sino además yo iba a cobrar doscientos cincuenta francos al mes, más quinientos, pagados de una vez, para gastos de viaje. Desde este momento se abandonó la costumbre de llamarme el doctor. Me llamaban el tratante en ganado: ¡tan rico parecia! Mis hermanos daban por descontado que me nombrarian profesor de la Universidad cuando volviese de Atenas. Mi padre abrigaba otros pensamientos: ¡esperaba que volviese casado! Su oficio de hostelero le habia hecho asistir a algunas novelas, y estaba convencido de que las bellas aventuras sólo se encuentran por los caminos reales. Tres veces por semana, cuando menos, citaba el matrimonio de la princesa Ipsoff y del teniente