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Reynauld. La princesa ocupaba el departamento número 1, con sus dos doncellas y su correo, y pagaba veinte florines por dia. El teniente francés estaba encaramado en el 17, bajo el tejado, y pagaba florin y medio por el hospedaje completo; y, con todo, después de un mes de estancia en la fonda, habia partida en silla de posta con la dama rusa. ¿Y para qué habría de conducir una princesa a un teniente en su coche sino para casarse con él? Mi pobre padre. con ojos de padre, me veia más guapo y más elegante que el teniente Reynauld, y no dudaba de que yo encontraría tarde o temprano la princesa que debería enriquecernos. Si no la veia en la mesa redonda, me la tropezaría en el ferrocarril; si los ferrocarriles no me eran propicios, teniamos todavia los buques de vapor. La noche de mi partida bebimos una vieja botella de vino del Rhin, y el azar decidió que la última gota fuese a caer en mi vaso. El buen hombre lloró de alegría: era un presagio cierto, y nada podía impedir que me casase dentro de un año.

Yo respetaba sus ilusiones y me guardaba muy bien de decirle que las princesas no viajan en tercera. En cuanto al alojamiento, mi presupuesto me condenaba a elegir fondas modestas, donde no suelen parar las princesas. Lo cierto es que desembarqué en el Pireo sin haber esbozado ni la más pequeña novela.

El ejército de ocupación habia encarecido todas las cosas en Atenas. El hotel de Inglaterra, el hotel de Oriente y el hotel de los Extranjeros estaban inabordables. El canciller de la legación de Prusia,