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piedad de mi cuando se le agotaron las fuerzas. Al sentir su vista turbada, su cabeza rendida y sus brazos fatigados, hizo un último esfuerzo, hundió su mano en mis cabellos, los cogió en un puñado y se dejó caer otra vez sobre su lecho, arrancándome un grito de desesperación.

—Ven conmigo—dijo Mustakas. Al lado del fuego decidirás si valgo tanto como Sófocles y si merezco ser teniente.

Me levantó como una pluma y me llevó al campamento, delante de una pila de leña resinosa y de maleza amontonada. Desató las cuerdas, me fué despojando de toda mi ropa hasta dejarme sin camisa y cubierto sólo por un pantalón.

— Tú serás mi pinche—dijo. Vamos a encender la lumbre y a preparar juntos la comida del Rey.

Encendió la hoguera y me tumbó en tierra, de espaldas, a dos pies de una montaña de llamas. La leña chisporroteaba; las chispas caían como granizo a mi alrededor. El calor era insoportable. Me arrastrẻ con las manos a alguna distancia; pero él volvió con una sartén y me empujó con el pie hasta el sitio en que me había colocado.

— Mira bien me dijo, y aprovecha mis lecciones. Aquí tienes la asadura de tres corderos; hay para alimentar á veinte hombres. El Rey elegirá los pedazos más delicados; el resto se lo distribuirá a sus amigos. Por el momento no estás tú entre ellos, y si gustas de mi cocina, será sólo con los ojos.

Pronto oi cómo se freia la carne, y este ruido me recordó que estaba en ayunas desde la vispera. Mi