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t 23 elegantes que he conocido. Tiene el porte masculino, la frente alta, la mirada limpia y orgullosa.

Estos americanos no son nunca ni raquíticos ni deformes, y sabe usted por qué? Porqque no están ahogados en los pañales de una civilización angosta. Su espíritu y su cuerpo se desenvuelven sin trabas; tienen por escuela el aire libre, por maestro el ejercicio, por nodriza la libertad.

Nunca pude sentir interés por monsieur Mérinay; a Giacomo Fondi lo examinaba con la curiosidad indiferente que se tiene en una exposición de animales exóticos; el pequeño Lobster me inspiraba un interés mediocre; pero sentia amistad por Harris. Su rostro franco, sus ademanes sencillos; su rudeza, que no excluia la dulzura; su carácter impetu y, sin embargo, caballeresco; las extravagancias de su humor; lo fogoso de sus sentimientos, todo esto me atraía tanto más vivamente, cuanto que yo no soy ni fogoso ni apasionado. Nos gusta tener alrededor de nosotros lo que no encontramos en nosotros mismos.

Giacomo se vestía de blanco porque era negro; yo adoro a los americanos porque soy alemán.

Por lo que hace a los griegos, los conocia muy poco después de cuatro meses de estancia en Grecia.

Nada más fácil que vivir en Atenas sin frotarse con los naturales del pais. No iba al café, no leia ni la Pandora, ni la Minerva, ni ningún periódico indigena; no solía ir por los teatros, porque una nota falsa me hiere más cruelmente que un puñetazo: vivia en la casa con mis patronos, mi herbario y John Harris.

Hubiera podido hacerme presentar en palacio, gra-