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nium. He pasado alli muy buenos dias en medio de las plantaciones del señor Bareaud. El jardín no es público más que a ciertas horas; pero hablaba en griego a los centinelas y, por amor del griego, me dejaban entrar. El señor Bareaud no se aburría conmigo; me llevaba por todas partes por el gusto de hablar de botánica y de hablar francés. Si estaba ausente, buscaba a un jardinero alto, flaco, con el pelo escarlata, y le preguntaba en alemán: es conveniente ser poliglota.

Herborizaba todos los dias un poco en el campopero nunca tan lejos como hubiera querido; los bandidos acampaban alrededor de Atenas. No soy co barde, y más adelante se probará este relato; pero tengo apego a la vida. Es un regalo que he recibido de mis padres, y quiero conservarlo el más tiempo posible en recuerdo de mi padre y de mi madre. En el mes de abril de 1858 era peligroso salir de la ciudad, y hasta permanecer en ella era imprudente. No me aventuraba por la vertiente del Licabeto sin pensar en la pobre señora X..., que fué desvalijada alli en pleno mediodía. Las colinas de Dafne me recordaban el cautiverio de los oficiales franceses. Por el camino del Pireo pensaba sin querer en esa banda de ladrones que paseaba en seis coches de punto como en una juerga, y disparaba por las portezuelas sobre los transeuntes. El camino del Pentélico me recordaba la detención de la duquesa de Plasencia o la aventura tan reciente de Harris y Lobster. Volvían de paseo montados en dos caballos persas que pertenecían a Harris; de repente caen en