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cabezas apenas estaban sujetas al cuerpo. Recogió a las dos pobres criaturas, las puso sobre el mulo y se las llevó a Mistra. Nunca pudo llorar; así es que se volvió loca y murió. Yo sé que Hadgi—Stavros ha sentido lo que había hecho; creía que la viuda era más rica y que no queria pagar. Había matado a las dos niñas como ejemplo. Ciertamente, después de este suceso los pagos se han efectuado siempre con exactitud y nadie ha osado hacerle esperar.

—¡Brutta carogna! gritó Giacomo dando un golpe que estremeció la casa como un terremoto—.

Si alguna vez cae bajo mi mano, le entregaré un rescate de diez mil puñetazos, que le permitirá retirarse de los negocios.

— Yo—dijo el pequeño Lobster con su sonrisa tranquila— no deseo más que encontrármelo a cincuenta pasos de mi revólver. ¿Y usted, tio John?

Harris silbaba entre dientes una cancioncilla americana, aguda como lámina de estilete.

—¿Puede creerse esto?—añadió con su voz aflautada el buen señor Mérinay, mortal armonioso—.

¿Es posible que tales horrores se cometan en un siglo como el nuestro? Bien sé que la Sociedad para la mo ralización de los malhechores no ha establecido todavia sucursales en este reino; pero mientras tanto, ¿no tienen ustedes una gendarmeria?

Claro que si—replicó Cristódulo—; 50 oficiales, 152 cabos y 1.250 gendarmes, de los cuales 150 a caballo. Es la mejor tropa del reino, después de la de Hadgi—Stavros.

— Lo que me asombra—dije yo a mi vez— es que -