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la hija del viejo granuja no se haya opuesto a esos actos.

— No está con él.

— ¡Ah, vamos! ¿Dónde está?

En un colegio.

¿En Atenas?

Me pregunta usted demasiado; no estoy informado hasta ese punto. De cualquier modo, el que se case con ella hará una buena boda.

— —Si—dijo Harris—. Se asegura también que la hija de Calcraft no es un mal partido.

—¿Quién es Calcraft?

— El verdugo de Londres.

A estas palabras, Dimitri, el hijo de Cristódulo, enrojeció hasta las orejas.

—Perdón, señor—dijo a John Harris—; hay una gran diferencia entre un verdugo y un bandido.

El oficio de verdugo es infame; la profesión de bandido es honrosa. El gobierno se ve obligado a guardar al verdugo en el fuerte de Palamedes, pues de otro modo seria asesinado; mientras que nadie quiere mal a Hadgi—Stavros, y las gentes más honradas del reino se sentirian orgullosas de darle la mano.

Harris abría la boca para replicar, cuando sonó la campanilla de la tienda. Era la criada, que volvia con una muchacha de quince a diez y seis años, vestida como el último figurin del Diario de las Modas. Dimitri se levantó, diciendo: «¡Es Fotini!» Señores—dijo el pastelero—, hablemos de otra cosa, si les parece. Las historias de bandidos no se han hecho para las señoritas.

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