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Cristódulo nos presentó a Fctini como hija de uno de sus compañeros de armas, el coronel Juan, comandante de plaza en Nauplia. Se llamaba, pues, Fotini, hija de Juan, segun la costumbre del pais, donde no hay, hablando con propiedad, nombres de familia.

La joven ateniense era fea, como las nueve décimas partes de las hijas de Atenas. Tenia una bonita dentadura y un hermoso pelo; pero esto era todo.

Su cuerpo macizo parecía poco a gusto en un corsé de Paris. Sus pies gordezuelos, en forma de plancha; debían de sufrir un suplicio; estaban hechos para arrastrarse en babuchas, y no para que los estrujasen unas botas de Meyer. Su rostro distaba tanto de recordar el tipo griego, que carecía por completo de perfil. Era plano, como si una nodriza imprudente se hubiese sentado sobre la cara de la niña. No a todas las mujeres sientan bien los artificios de la moda, y a la pobre Fotini casi la hacian ridicula. Su falda de volantes, levantada por una poderosa crinolina, hacía resaltar la falta de gracia en su persona y la torpeza de sus movimientos. Las joyas del Palais Royal que la esmaltaban parecían otros tantos puntos de exclamación destinados a señalar las imperfecciones de su cuerpo. Semejaba una criada gorda y pequeña que se hubiese endomingado aprovechando los vestidos de su señorita.

A ninguno de nosotros produjo asombro que la hija de un simple coronel se hubiese vestido con tanto lujo para pasar el domingo en casa de un pastelero. Conociamos lo bastante el pais para saber que