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El amor de Fotini por John Harris hubiese apiadado a cualquiera que no hubiese sido naturalista.

La pobre criatura amaba a tontas y a locas, según la bella expresión de Enrique IV, y podía esperarse que su amor seria vano. Era demasiado tímida para dejar que su amor se transparentase, y John demasiado atolondrado para adivinarlo. Aunque hubiese notado algo, ¿cómo podía esperarse que se interesase por una feucha ingenua de las orillas del Iliso? Fotini pasó con él otros cuatro dias, los cuatro domingos de abril. Le miró de la mañana a la tarde con ojos lángidos y desesperados; pero nunca se atrevió a abrir la boca en su presencia. Harris silbaba tranquilamente; Dimitri gruñia como un perro jo ven, y yo observaba sonriendo esta extraña enfermedad de que mi constitución me había preservado siempre.

Mi padre me escribió por aquellos días para decirme que los negocios iban bastante mal, que los viajeros eran escasos, que la vida estaba cara, que nuestros vecinos de enfrente acababan de emigrar, y que si yo habia encontrado una princesa rusa no podia hacer nada mejor que casarme con ella sin tardanza. Le respondi que no me habia tropezado con nadie a quien seducir, como no fuese la hija de un pobre coronel griego; que ella se hallaba seriamente enamorada, pero no de mi; que un poco de maña podría hacerme su confidente, pero que nunca sería su marido. Por lo demás, mi salud era buena, y mi herbario, magnifico. Mis investigaciones, limitadas hasta aquel momento a los alrededores de