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Atenas, se podrian extender pronto más lejos. La seguridad renacia; los bandoleros habian sido derrotados por los gendarmes, y todos los periódicos anunciaban la dispersión de la banda de Hadgi—Stavros Dentro de un mes, lo más tarde, podria ponerme en camino de vuelta para Alemania, y solicitar un puesto que nos proporcionase el pan a toda la familia.

Habiamos leido, el domingo 28 de abril, en El Siglo, de Atenas, la gran derrota del Rey de las montañas. Los informes oficiales decian que el gran bandolero habia tenido veinte hombres fuera de combate; que su campamento habia sido quemado; que el resto de la partida quedaba disperso, y que la gendarmería lo habia perseguido hasta los pantanos de Maratón. Estas noticias, muy agradables para todos los extranjeros, parecian haber ocasionado menos satisfacción a los griegos, y particularmente a nuestros patronos. En Cristódulo, para ser un teniente de la falange, se echaba de menos el entusiasmo, y la hija del coronel Juan había estado a punto de llorar al oir la derrota del bandido. Harris, que había llevado el periódico, no disimulaba su alegría. En cuanto a mí, el suceso me hacía dueño del campo y me proporcionaba un gran contento. El 30, por la mañana, me puse en camino con mi caja y mi bastón. Dimitri me despertó a las cuatro. El ioa a recibir órdenes de una familia inglesa, llegada algunos días antes al Hotel de los Extranjeros.

Bajé por la calle de Hermes hasta la plaza de la Bella Grecia, y tomé la calle de Eolo. Al pasar ante