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galo, o largos tallos de asfódelos desecados. El sol se alzaba en el horizonte, y se veia claramente los abetos que erizan los costados del Parnés. El sendero que habia tomado no era un guia muy seguro; pero me encaminaba hacia un grupo de casas dispersas en la falda de la montaña, y que debian ser la aldea de Castia.

Atravesé de una zancada el Cefiso Eleusiniano, con gran escándalo de las pequeñas tortugas planas, que saltaban al agua como simples ranas. Cien pasos más lejos, el camino se pierde en un barranco ancho y profundo, excavado por las lluvias de dos o tres mil inviernos. Supuse, con alguna razón, que el barranco debia ser el camino. Habia notado en mis excursiones precedentes que los griegos se dispensan de trazar un camino siempre que el agua ha querido buenamente encargarse de la obra. En este pais, en que el hombre contraría poco el trabajo de la naturaleza, los torrentes son carreteras generales; los arroyos, caminos provinciales; los arroyuelos, caminos vecinales. Las tormentas desempeñan el oficio de ingeniero de caminos, y la lluvia, sin necesidad de inspección, se encarga de tener en buen estado las rutas de primero y segun lo orden.

Me meti, pues, en el barranco, y prosegui i paseo entre dos bordes escarpados que me ocultaban la llanura, la montaña y el término de mi viaje. Pero el camino caprichoso daba tantas vueltas, que pronto me fué difícil saber en qué dirección marchaba y si no volvia la espalda al Parnés. El partido más prudente hubiese sido trepar sobre uno de los dos bor-