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biese de seguro parecido menos dulce. «¡Qué desgracia, me decia para mi, que los pájaros más melodiosos sean necesariame.ite los más feos!» i temía ver su rostro, y me moria por verla de frente: tanto imperio tiene sobre mi la curiosidad.

Dimitri pensaba que las dos viajeras aimorzasen en el khan de Calyvia. Es una posada construída con tablas mal ajustadas: pero en toda estación puede encontrarse en ella un pellejo de vino resinoso, una botella de rhaki, es decir, de anisado; pan moreno, huevos, y todo un regimiento de gallinas venerables que por virtud de la metempsicosis quedan transformadas en pollos. Des graciadamente, el khan estaba desierto y la puerta cerrada. A esta noticia, la señora Simons riñó agriamente a Dimitri, y al volverse atrás me mostró un rostro tan anguloso como la hoja de un cuchillo de Sheffield y dos filas de dientes semejantes a empalizadas.

—Soy inglesa—decia—y tengo la pretensión de comer cuando siento hambre.

—Señora— replicó humildemente Dimitri—, almorzará usted dentro de media hora en la aldea de Castia.

Yo, que me habia desayunado, me entregué a reflexiones me' ancólicas sobre la fealdad de la señora Simons, y murmuré entre dientes un aforismo de la gramática de Fragman: «Cuál la madre, tal la hija»; Qualis mater, talis filia. Desde el khan hasta la aldea, el camino es particularmente detestable. Es una rampa estrecha entre una roca a pico y un precipicio que daria vértigo a las cabras monteses mis-