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mas. La señora Simons antes de penetrar por este sendero diabólico donde los caballos no encontraban más que el sitio preciso para sus cuatro herraduraspreguntó si no habia otro camino.

—Soy inglesa—dijo—y no estoy hecha a rodar por los precipícios.

Dimitri hizo el elogio del camino; aseguraba que había otros en el reino cien veces peores.

—Al menos—replicó la buena señora—, tenga usted la brida de mi caballo. Pero ¿qué va a ser de mi hija? ¡Guie usted el caballo de mi hija! Sin embargo, es preciso que yo no me rompa la cabeza. ¿No podría usted sujetar los dos caballos al mismo tiempo? Este sendero es verdaderamente detestable. Acaso sea bueno para los griegos, pero no está hecho para inglesas. ¿No es cierto, caballero? — añadió dirigiéndose graciosamente hacia mi.

Regular o no, mi presentación estaba hecha. Un personaje bien conocido en las novelas de la Edad Media, y que los poetas del siglo XIV llamaban Peligro, se había encargado de hacerla. Me incliné con toda la elegancia que la naturaleza me ha concedido, y respondi en inglés:

—Señora, el camino no es tan malo como parece a primera vista. Esos dos caballos tienen el pie seguro; los conozco por haberlos montado. En fin, disponen ustedes de dos guías si quieren ustedes permitir lo: Dimitri para usted, y yo para la señorita » Tan pronto dicho como hecho: sin esperar la respuesta, me adelanté audazmente y cogi la brida del caballo de Mary—Ann, volviéndome hacia ella; y