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larlo, el matiz maravilloso de sus ojos. Si alguna vez ha visitado usted fraguas a media noche, habrá podido notar el resplandor extraño que proyecta una placa de acero calentado al rojo—oscuro; tal era justamente el color de su mirada; su encanto, ninguna comparación podria traducirlo. El encanto es un don reservado a un corto número de individuos del reino animal. Los ojos de Mary—Ann tenian un no sé qué ingenuo y espiritual, una vivacidad cándida, un chisporroteo juvenil y saludable, y a veces una languidez conmovedora. Toda la ciencia de la mujer y toda la inocencia de la niña se leian en ellos como en un libro; pero se hubiese uno quedado ciego de leer largo tiempo en ese libro. Su mirada quemaba, tan verdad como me llamo Hermann. Hubiera bastado para madurar los melocotones de la huerta ¡Cuando pienso que el pobre Dimitri la encontraba menos bella que Fotini! ¡Verdaderamente el amor es una enfermedad que atonta de un modo singular a sus enfermos! Yo, que no he perdido nunca el uso de mi razón y que juzgo todas las cosas con la sabia indiferencia del naturalista, le certifico que el mundo no ha visto nunca una mujer comparable a MaryAnn. Quisiera poder enseñarle a usted su retrato tal como ha permanecido grabado en el fondo de mi memoria. Vería qué largas eran sus pestañas, cómo sus cejas trazaban una curva graciosa por encima de los ojos, qué mona era su boca, cómo reia al sol el esmalte de sus dientes, qué rosada y transparente era su oreja menuda. He estudiado su belleza en los menores detalles, porque tengo el espíritu analitico