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y el hábito de la observación. Uno de los rasgos que me han impresionado más en ella era la finura y transparencia de la piel; su epidermis era más fina que la pelicula aterciopelada que envuelve los hermosos frutos. Los colores de sus mejillas parecian hechos con ese polvo impalpable que pinta las alas de las mariposas. Si no hubiese yo sido doctor en ciencias naturales, hubiera temido que el roce de su velo se llevase el frágil brillo de su belleza. No sé si a usted le gustan las mujeres pálidas, y no quisiera herir sus ideas, si por acaso le impresiona ese género de elegancia moribunda que ha estado en moda durante cierto tiempo: pero, en mi calidad de sabio, nada admiro tanto como la salud, esa alegria de la vida. Si alguna vez hago la carrera de médico, seré un hombre muy útil a las familias, pues es seguro que no me enamoraré nunca de una de mis enfermas. La vista de un lindo rostro, sano y vivo, me produce casi tanto placer como el hallazgo de un bello arbusto vigoroso, cuyas flores se abren alegremente al sol, y cuyas hojas no han sido nunca atacadas ni por las orugas ni por los saltones. Y cuando vi por primera vez el rostro de Mary Ann, senti una violenta tentación de decirle «¡Señorita, muchas gracias por la salud espléndida que usted respira! » Se me ha olvidado decirle que las líneas de su rostro carecian de regularidad, y que no tenía un perfil de estatua. Fidias acaso se hubiese negado a hacer su busto; pero vuestro Pradier le hubiese pedido de rodillas algunas sesiones. Confesaré, a riesgo de