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glo de Pericles. Las mujeres de hoy son pequeñas criaturas aladas, ligeras y, sobre todo, pensantes, creadas no para llevar templos en sus cabezas, sino para despertar el genio, para alegrar el trabajo, para animar el valor y para alumbrar el mundo con los destellos de su espíritu. Lo que amamos en ellas, lo que constituye su belleza, no es la regularidad acompasada de sus rasgos, sino la expresión viva y móvil de sentimientos más delicados que los nuestros; la radiación del pensamiento alrededor de esta frágil envoltura que no basta para contenerlo; el juego petulante de una fisonomia despierta. No soy escultor; pero si supiese manejar el desbastador y me encargasen la estatua alegórica de nuestra época, le juro a usted que tendria un hoyuelo en la mejilla izquierda y la nariz arremangada.

Llevé a Mary—Ann hasta la aldea de Castia. Lo que me dijo a lo largo del camino, y lo que yo le pude responder, no ha dejado más huellas en mi espiritu que en el aire el vuelo de una golondrina. Su voz sonaba tan dulce, que acaso no he escuchado lo que me decía. Me hallaba como si asistiera a la Opera, donde la música no permite a menudo compren., der la letra.

Y, sin embargo, todas las circunstancias de esta primera entrevista han quedado imborrablemente grabadas en mi espiritu. No tengo más que cerrar los ojos para creer que me encuentro alli todavía.

El sol de abril lanzaba ligeramente sus dardos sobre mi cabeza. Por encima y por debajo del camino. los árboles resinosos de la montaña expandian