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sus aromas en el aire. Los pinos, las tuyas y los terebintos parecían quemar un incienso áspero y rústico al paso de Mary—Ann. Ella aspiraba con dicha visible esta esplendidez olorosa de la naturaleza.

Su naricilla insolente agitaba las aletas y se estremecía, sus ojos, sus hermosos ojos corrian de un objeto a otro con un placer resplandeciente. Viéndola tan bonita, tan viva y tan feliz, la hubiese usted creido una driada escapada del árbol. Veo todavia desde aquí el caballo que montaba: era el Psari, un caballo blanco del picadero de Zimmerman. Su traje de amazona era negro; el de la señora Simons, que me cerraba el horizonte, de una excentricidad que atestiguaba la independencia de su gusto. La señora Simons tenia un sombrero negro, de esa forma absurda y desagradable que han adoptado los hombres en todos los países; su hija llevaba el sombrero de fieltro gris, caracteristico de las heroinas de la Fronda. Una y otra llevaban guantes de gamuza. La mano de Mary Ann era un poco grande, pero admirablemente formada. En cuantoa mí, nunca he podido llevar guantes. ¿Y usted?

La aldea de Castia se encontraba desierta como el khan de Calyvia. Dimitri no se explicaba lo que ocurría. Echaron pie a tierra cerca de la fuente, delante de la iglesia. Cada uno de nosotros fué a llamar de puerta en puerta: ni un alma. Nadie en casa del papas, nadie en casa del paredro. La autoridad se había trasladado siguiendo a la población.

Todas las casas del pueblo se componen de cuatro muros y un tejado, con dos aberturas, de las cuales