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una sirve de puerta y otra de ventana. El pobre Dimitri se tomó el trabajo de derribar dos o tres puertas y cinco o seis contraventanas para tener la seguridad de que los habitantes no se habían dormido en sus casas. Pero no consiguió más que poner en libertad un desgraciado gato olvidado por su amo, y que partió como una flecha con rumbo al monte.

Esto hizo ya perder la paciencia a la señora Simons.

— Soy inglesa — dijo a Dimitri — y nadie se burla de mi impunemente. Me quejaré en la legación.

¡De modo que le tomo a usted para un paseo por la inontaña, y me hace usted viajar entre precipicios!

¡Le mando que traiga provisiones, y me expone a morir de hambre! ¡Debíamos desayunar en el khan, y el khan estå abandonado! ¡Tengo la constancia de seguirle a usted en ayunas hasta esta horrible aldea, y todos los campesinos se han marchado!

Esto no es natural. He viajado por Suiza; Suiza es un país de montañas, y, sin embargo, nada me ha faltado; siempre he almorzado allí a mi hora; he comido truchas, ¿entiende usted?

Mary—Ann intentó calmar a su madre, pero la buena señora no prestaba oidos a nada. Dimitri le explicó como pudo que los habitantes eran casi to dos carboneros y que su profesión los dispersaba por la montaña. En todo caso, no se había aún per dido el tiempo; no eran más de la ocho, y a diez minutos de marcha él estaba seguro de encontrar una casa habitada y un almuerzo ya preparado.

—¿Qué casa? — preguntó la señora Simons.