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La quinta del convento, Los monjes del Pentélico tienen vastos terrenos por encima de Castia, donde crian abejas. El buen viejo que cultiva la finca tiene siempre vino, pan, miel. gallinas; él nos dará de comer.

— ¿No habrá salido como todo el mundo?

— Si ha salido, no estará lejos. El tiempo de los enjambres se aproxima y no puede apartarse mucho de sus colmenares.

Vaya usted a ver; yo he viajado bastante desde esta mañana. Hago voto de no montar de nuevo a caballo antes de haber comido.

—Señora, no necesitará usted montar de nuevo a caballo — replicó Dimitri, paciente como un guia —.

Podemos atar nuestros animales al abrevadero, y llegaremos más pronto a pie.

Mary—Ann decidió a su madre. Tenía unas ganas locas de ver al buen viejo y a sus rebaños alados.

Dimitri fijó los caballos al lado de la fuente, poniendo sobre cada brida una gruesa piedra. La señora Simons y su hija se alzaron sus amazonas, y nuestra pequeña hueste se entró por un sendero escarpado, muy agradable de seguro para las cabras de Castia. Todos los lagartos verdes que estaban calentándose al sol se retiraron discretamente al aproximarnos, pero cada uno de ellos arrancó un chillido a la buena señora Simons, que no podía sufrir a los animales rampantes. Después de un cuarto de hora de vocalizaciones, tuvo al fin la alegria de ver una casa abierta y un rostro humano. Eran la quinta y el buen viejo.