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su presa antes de saborearla. Una vez satisfecha su seguridad, dijo a Dimitri:

—Vacia tus bolsillos.

Dimitri no dejó que se lo repitieran dos veces, y arrojó al suelo un cuchillo, una bolsa de tabaco y tres duros mejicanos, que componian una suma de unos diez y seis francos.

—¿Es esto todo?—preguntó el bandido.

—Si, hermano.

—¿Tú eres el criado?

—Si, hermano.

— Coge uno de los duros. No debes volver a la ciudad sin dinero.

Dimitri regateó.

—Ya podías dejarme dos — dijo. Tengo abajo dos caballos. Han sido alquilados en el picadero.

Tendré que pagar el alquiler del dia.

—Explicarás a Zimmermann que te hemos cogido el dinero.

" —¿Y si a pesar de todo quiere que le pague?

—Respóndele que se contente con haber recobrado los caballos.

—El sabe perfectamente que ustedes no cogen los caballos. ¿Para qué les servirían en la montaña?

—¡Basta! Dime quién es este hombre alto y flaco que está a tu lado.

Yo mismo le respondi:

—Un honrado alemán, cuyos despojos no le harán a usted rico.

—Hablas bien el griego. ¡Vacía tus bolsillos!