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¡Al menos— le dije —, entrégame dos escudos para volver a la ciudad!

Me respondió con un tono sardónico:

—No los necesitarás.

Le había llegado el turno a la señora Simons. Antes de poner la mano en su bolsillo interpeló a nuestros vencedores en ia lengua de sus mayores. El inglés es uno de los raros idiomas que se puede hablar con la boca llena.

—Reflexionen ustedes bien lo que van a hacer—dijo con un tono amenazador—. Soy inglesa, y los ciudadanos ingleses son inviolables en todas las partes del mundo. Lo que me cojan les servirá de poco y les costará caro. Inglaterra me vengará y seréis todos colgados, por lo menos. Ahora, si quiere usted mi dinero, no tiene más que hablar; pero le quemará las manos: ¡es dinero inglés!

¿Qué dice? —preguntó el orador de los bandidos.

Dimitri respondió:

—Dice que es inglesa.

—¡Mejor! Todos los ingleses son ricos. Dile que haga lo mismo que vosotros.

4 La pobre señora vació sobre la arena una bolsa que contenia doce soberanos. Como su reluj no se veía por fuera y no parecian pensar en registrarnos, lo conservó. La clemencia de los vencedores le dejó su pañuelo de bolsillo.

Mary—Ann arrojó su reloj juntamente con toda una colección de amuletos contra el mal de ojo. Con un movimiento lleno de gracia traviesa, lanzó ante si un saco de piel de zapa que llevaba en bandole-