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—Ustedes se quedan prisioneros por algunos dias, y no volverán a Atenas hasta haber pagado el rescate. Yo voy a avisar al señor. ¿Tienen estas señoras algunos encargos que darme para él?

—¡Digale—gritó la señora Simons—que corra a la embajada, que vaya en seguida al Pireo a ver al almirante, que se queje al Foreign—Office y que escriba a lord Palmerston! Nos arrancarán de aqui por la fuerza de las armas o por la autoridad de la politica; pero que no paguen de ningún modo un penique por mi libertad.

—Por mi parte—añadí sin tanta cólera—, te ruego que digas a mis amigos en qué manos me has dejado. Si es preciso algunos centenares de draemas para rescatar a un pobre diablo de naturalista, los encontrarán sin dificultad. Estos señores del camino real no habrán de cotizarme muy alto. Me entran ganas de preguntarles, mientras están todavia ahi, en cuánto me tasan.

—Inútil, querido señor Hermann; no son ellos los que fijarán su rescate.

—¿Y quién, pues?

—Su jefe, Hadgi—Stavros.

IV

Hadgi Stavros

Dimitri bajó hacia Atenas; el fraile subió hacia su abejar; nuestros nuevos dueños nos empujaron por un sendero que conducía al campamento de su