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poder quitarme todas mis prendas para examinarlas en detalle. Acaso no les hubiese tampoco parecido mal partirme en dos o tres pedazos, para estudiar la estructura interior de un milord; pero estoy seguro de que no lo hubiesen hecho sin disculparse y pedirme perdón por la excesiva libertad.

La señora Simons no tardó en perder la paciencia.

Le aburria ser examinada tan de cerca por estos comedores de queso, que no le brindaban de almorzar.

No es cosa agradable a todo el mundo ofrecerse como espectáculo. El papel de curiosidad viva disgustaba mucho a la buena señora, aunque hubiese podido desempeñarlo ventajosamente en todos los países del globo. En cuanto a Mary—Ann, se caía de fatiga.

Una carrera de seis horas, el hambre, la emoción, la sorpresa, habian dado en tierra con esta criatura delicada. Figúrese usted una joven miss, educada entre holandas, acostumbrada a andar sobre las alfombras de los salones, o sobre el césped de los más hermosos parques. Sus botas estaban ya destrozadas por las asperezas del camino, y los matorrales habían desgarrado su falda por debajo. La vispera había tomado el te en los salones de la legación de Inglaterra, hojeando los admirables álbumes de mister Wyse; sin transición, se veia transportada en medio de un paisaje horrible y de una horda de salvajes, y no tenía el consuelo de decirse: «Es un sueño; porque no estaba ni acostada, ni sentada, sino de pie, con gran desesperación de sus piececitos.

En esto llegó una nueva tropa, que hizo intolerable nuestra situación. No era una tropa de