cendios; le habían recibido muy bien en la partida, y sus méritos le habian hecho subir en graduación.
Pero su jefe y sus soldados le estimaban sólo a medias. Se sospechaba que sustraía en su provecho una parte del botin. Ahora bien, el Rey era intratable en punto a probidad. Cuando cogia a un hombre en esta falta, lo expulsaba ignominiosamente y le decía con ironia aplastante: «¡Vé a hacerte magistrado!»» Hadgi—Stavros preguntó al corfiota: ««¿Qué has hecho?»» — He ido con mis quince hombres al barranco de las Golondrinas, en el camino de Tebas. He encontrado un destacamento de linea: veinticinco soldados.
¿Dónde están sus fusiles?
— Se los he dejado. Todos fusiles de pistón, que no nos hubiesen servido por falta de cartuchos.
Bien; ¿y después?
— Era dia de mercado; he detenido a los que volvian.
1 —¿Cuántos?
— Ciento cuarenta y dos personas.
—¿Y traes...?
89 — Mil seis pesetas con cuarenta y tres céntimos.
— ¡Siete pesetas por cabeza! Es poco.
— Es mucho. ¡Eran aldeanos!
¿No habian, pues, vendido sus géneros?
— Unos habian vendido, otros habian comprado.
El corfiota abrió un pesado saco que llevaba bajo el brazo y extendió el contenido ante los secretarios, que se pusieron a contar la suma. El ingreso se