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un niño olvidado por sus padres y que gritaba como un pequeño cuervo caído del nido. Le arrojé en una casa que ardia y no dijo una palabra.

Bien.

Después cogimos tizones y prendimos fuego a los olivares. La cosa tuvo un éxito completo. Nos pusimos en camino de vuelta para el campamento; hemos cenado y dormido a medio camino, y a las nueve hemos llegado, todos en perfecto estado, sin una quemadura.

— Bien. El senado lis no pronunciará otro discurso contra nosotros. ¡Venga otro!

Basilio se retiró, saludándome tan atentamen te como la vez primera; pero yo no le devolvi el saludo.

Le reemplazo inmediatamente el enorme diablo que nos habia detenido. Por un curioso capricho del azar, el primer autor del drama en que yo estaba destinado a desempeñar un papel, se llamaba Sófo cles. En el momento en que comenzó su relación, senti algo frío correr por mis venas. Supliqué a la señora Simons que no arriesgase una palabra imprudente. Ella me respondió que era inglesa y que sabía conducirse. El Rey nos rogó que nos callásemos y que dejásemos la palabra al orador.

Puso primero de manifiesto los bienes de que nos había despojado; después sacó de su cinturón cuarenta ducados de Austria, que formaban una suma de cuatrocientos setenta francos, al cambio de 11,75 francos.

— Los ducados — dijo — provienen de la aldea de