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so a interpelarle a sus anchas. En cuanto a mi, previendo perfectamente lo que ella podría decir, y conociendo la intemperancia de su lengua, ofreci al Rey mis servicios en calidad de intérprete. El me dió friamente las gracias y llamó al corfiota, que sabía el inglés.

— Señora —dijo el rey a la señora Simons—, parece que está usted contrariada ¿Tiene usted alguna queja de los hombres que la han traido aqui?

¡Es un horror! — dijo ella. Vuestros granujas me han detenido, me han arrojado en el polvo y, no contentos con despojarme, me han reducido a la extenuación y al hambre.

— Le suplico que acepte mis xcusas. Me veo obligado a emplear hombres sin educación. Créame usted, señora, no se han conducido asi por orden mia.

¿Es usted inglesa?

¡Inglesa de Londres!

Yo he estado en Londres; conozco y estimo a los ingleses. Só que tienen buen apetito, y ya ha podido usted notar que me he apresurado a ofrecerles un refrigerio. Sé que a las señoras de su país no les gusta correr por las rocas, y siento que no le hayan dejado a usted andar a su paso. Sé que las personas de su nación no llevan de viaje más que los efectos que les son necesarios, y no perdonaré a Sófocles que le haya despojado, sobre todo si es usted persona de calidad.

— Pertenezco a la mejor sociedad de Londres.

— Sirvase recoger de aquí el dinero que le pertenece. ¿Es usted rica?