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mientos e ideas de todos los señores presentes —dignos representantes del comercio, la agricultura y administración pública—, pido al señor Luna reprima con toda severidad a los autores y responsables del levantamiento, seguro de que así le seremos más agradecidos y de que lo acompaña lo mejor de la sociedad de Colca, ¡Señores: por nuestro libertador, el subprefecto señor Luna, salud!

Una salva de aplausos premió el discurso del viejo Parga y se apuró el coñac. El subprefecto contestó en estos términos:

—Señor alcalde: Muy emocionado por los inmerecidos elogios que me habéis brindado, yo no tengo sino que agradeceros. Verdaderamente, yo no he hecho sino cumplir con mi deber. He salvado a la provincia de los desmanes y crímenes del populacho enfurecido, ignorante e inconsciente. Eso es todo lo que he hecho por vosotros. Nada más, señores. Yo también lamento lo sucedido. Pero estoy resuelto a castigar sin miramientos y sin compasión a los culpables. Lo que ha hecho la gendarmería no es nada. Yo les haré comprender a estos indios brutos y salvajes que así nomás no se falta a las autoridades. Yo os prometo castigarlos, hasta el último. ¡Salud!

Lo ovación a Luna fue resonante y viril, como su propio discurso. Muchos abrazaron al alcalde y al subprefecto, felicitándolos emocionados. Se sirvió otra copa. Pronunciaron otros discursos el juez Ortega, el cura Velarde y el doctor Riaño, todos condenando al bajo pueblo y reclamando contra él un castigo ejemplar. Los hermanos Marino y el hacendado Iglesias, expresándose mitad en discurso y mitad en diálogo, pedían con insistencia una represión sin piedad contra la indiada. Iglesias dijo en tono vengativo: