de que habeis de hacer todo lo posible para salvar vuestros intereses de ciudadanos que, naturalmente son, según vosotros, los intereses de la nación entera. Podeis equivocaros, pero, si acaso, os equivocareis creyendo asegurar el bien de todos.
Os veo entre vuestra fámilia, por la noche, a la luz del quinqué, os oigo hablar con vuestros amigos, os acompaño a vuestros talleres, a vuestros almacenes, todos trabajais en industrias, en comercios, o ejerciendo profesiones liberales y vuestra más legítima inquietud, la produce el estado deplorable a que kegaron los los negocios. La crisis actual amenaza convertirse en desastre, las ventas bajan, las transacciones hácense cada vez más difíciles, y por esta razón el pensamiento que os domina y que leo en vuestros rostros, impone la necesidad de acabar con todo esto que daña. Vosotros no direis como algunos: «¿ Qué nos importa que un inocente perezca en la Isla del Diablo? ¿ El interés de uno solo puede sobreponerse y turbar de tal modo un gran país?»
Pero direis sin duda que la agitación de los hambrientos de verdad y de justicia se paga muy cara con todo el mal de que se nos acusa; y si me condenais no habrá en el fondo de vuestro veredicto más que un deseo de calmar a los vuestros, la necesidad de que los