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CRÓQUIS FUEGUINOS

Echamos el bote en la Vasta bahía solitaria y cuando su proa tocó la empalizada de madera que servía de muelle, mi corazón palpitó de emoción, anhelante: me parecía que tocaba una mano querida, que algo —algún ser inolvidable— me esperaba allí en aquel rincón lejano de mi patria y que en él me sorprenderían mensajes cariñosos traidos por las brisas.

Buscamos la casa del comerciante a quién veníamos consignados —uno de esos criollos animosos que sin más capitál que su coraje se lanzan al desierto, héroes ignorados en la lucha de la civilización con la barbarie, que viven y mueren sin recompensa, pero que abren generosos el surco por donde un dia correrán vivifican tes las fuerzas de la vida— y luego de destapada la botella de snáp, obsequio obligado de la región fueguina, nos sentamos en el vasto almacén por cuya puerta, abierta de par en pár, yo veía á lo léjos el mar sereno y tranquilo, teñido con la lúz suave de los crepúsculos australes, que es inimitable por la dulzura y variedad de sus tonos, y nuestro cúttr con sus velas recogidas, que cabeceaba blandamente sobre el áncla, saludando á otros barquichuelos diseminados en la vasta rada, desde la punta de una peninsula que verdeaba, alzándose en anfiteatro, hasta la lejania brumosa donde el mar y las montañas se confundían en el horizonte indefinido.

— Se desembarca no más derechamente —decia el comerdante contestando á una pregunta de Smith— yá no hay derechos aduaneros aquí: no están suprimidos, pero se ha conseguido que el gobierno no los cobre. Esto es trabajo del gobernador que tenemos, uno de esos bichos raros en el mundo— que ha venido a caer aquí, como de la luna. El hombre no es malo, al contrario; pero es embromador con su actividad febril que no tiene en que ocupar. ¿Qué diablos puede hacer sinó fastidiar a la gente, un hombre que no duerme pensando en