Página:En el siglo XXX - Eduardo de Ezcurra.pdf/210

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
200
EN EL SIGLO XXX.

pecado imperdonable. ¡Cómo la molestarían! Y eran muy hermosos! Y estas exclamaciones y aquellas ponderaciones las manifestaba desde su butaca, sin hacerles una caricia, ni darles un beso. (Temía que la pisasen ó arrugasen el vestido, los encajes, los adornos, que se ajustaban á su cuerpo, como un chaleco de fuerza: ni aún los brazos podía mover.) La señorita de Honduras, ataviada de igual manera, se mantenía silenciosa, dignándose sólo mirar y apenas sonreir á los dos niños. Aquello era una prueba de alta educación y de la mayor cultura. Así lo aconsejaba la moda.

—¡Pero cuánto tiempo hace Parelia que no nos veíamos! ¡Siglos, por lo menos! Parece increíble que tú, una de mis mejores amigas de la adolescencia, no te hayas acordado de mí, como yo de ti! Esto mismo le decía, poco ha á Virginia. ¿No es verdad, amiga mía?

—Efectivamente, Ventura,- contestó la interpelada,—y te agregaba que era imposible, increible lo que me asegurabas, pues es fuerza confesar que usted, señora, por sus atractivos físicos y morales, haría gran papel en el gran mundo. Muchas de su belleza y talento, asaz ponderado por nuestra común amiga, son las que necesitamos. ¡Cómo me honraría usted si frecuentara los salones de mi hotel!

—Estimo de veras su oferta de usted, señorita,—la manifestó Parelia, llamando los dos hijos á su regazo,—pero estos pequeñuelos, que son mi sólo encanto, conjuntamente con mi marido, me toman todo el tiempo, que tampoco deseo disfrutar sino con ellos. Por otra parte,—agregó inclinándose cortesmente,—créame que le agradezco su espontáneo ofrecimiento.