Página:Ensayo sobre el hombre (1821).djvu/22

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so, la menor confusión que sobreviniese en uno acarrearía la ruina no solamente de aquel sistema, sino también del total. Pero no; ¡que la tierra perdiendo el equilibrio se aleje de su órbita; que los soles y los planetas vaguen sin regla por el firmamento; que los espíritus que gobiernan las esferas sean arrojados de ellas; que un ser se abisme sobre otro ser, y un mundo sobre otro mundo; que los ejes del cielo se estremezcan, y tiemble toda la naturaleza hasta el trono del mismo Dios! ¡que todo este orden se trastorne con horror! ¿Y por quién? Por tí, gusano vil y despreciable? ¡Qué locura! qué orgullo! qué impiedad!

Si el pie destinado á hollar la tierra, ó la mano destinada al trabajo aspirasen á ser la cabeza; y si la cabeza, el ojo ó el oido se enojasen de ser únicamente los meros instrumentos del espíritu que les gobierna, ¿no seria una necedad? Pues no lo seria menos el que en esta fabrica general pretendiese una parte ser otra, ó se quejase de la tarea y obligación que le hubiese señalado el grande Espíritu ordenador.

Cuanto existe no es mas que una parte de aquel prodigioso todo, cuyo cuerpo es la naturaleza, y del cual Dios es el alma; el que diversificado en cada ser, y siendo