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bien pronto mancharon su ídolo ceñudo con sangre humana. Conmovieron la tierra con el trueno del cielo, y se sirvieron de Dios como de una máquina para lanzar rayos contra sus enemigos.

De este modo el amor propio ceñido al bien de uno solo, sin consideracion alguna á lo que es justo ó injusto, se abrió un camino hacia el poder, la grandeza, las riquezas y el deleite. Este mismo amor propio, esparcido por todos, proporcionó también los motivos para restringirle, y vino á ser la fuente del gobierno y de las leyes. Porque si lo que un hombre desea, los demas lo desean igualmente, ¿de qué sirve la voluntad de uno solo contra la voluntad de muchos? ¿Cómo conservaríamos una cosa si cuando se hallase uno dormido, otro mas débil viniese á quitarsela, ó cuando estuviese despierto se la robase otro mas fuerte? El amor de la seguridad debe restringir el de la libertad; y todos deben unirse para conservar lo que cada cual desea adquirir. Asi por su misma seguridad, obligados los reyes á seguir la virtud cultivaron la justicia y la benevolencia; el amor propio se contuvo en sus primeros ímpetus, y halló el bien particular en el bien general ó del público.

Levantóse entonces un genio superior,