sentimiento predominante en las esferas oficiales que no un desahogo peregrino de su original espíritu, es que la ley de Segunda Enseñanza declara obligatorio, á elección del escolar, el estudio del alemán ó del inglés y el estudio del francés meramente potestativo.
Sin que yo comparta en lo más mínimo los severos juicios que merece al espíritu sueco la Literatura y el Arte franceses, no me cuesta gran esfuerzo encontrar la lógica que determina esta aversión.
El espíritu francés es antagónico del espíritu escandinavo; aquél es de percepción rápida, éste de asimilación tardía; el uno es frivolo, ágil, deslumbrante; el otro grave, rígido, sombrío; el francés ama las síntesis, es apto para las condensaciones superficiales; el sueco es devoto del análisis, idóneo para abismarse en alambicar los detalles.
¿Qué extraño es, dadas estas radicales diferencias, que repugne á la una raza las expansiones del espíritu de la otra?