y es indispensable que á fuerza de devorar, saborear y esforzarse por digerir los versos de Verlaine ó la prosa de Loti, haya acabado por pensar en francés y por olvidar casi por completo las escasas palabras del opulento léxico castellano de que él antes disponía para expresar las ideas ajenas.
Si alguien así pensare es porque seguramente no ha leído á los grandes maestros españoles. ¿Quién que conozca el retrato que hace Gomara de Hernán Cortés, cuando la lengua está en su infancia, podrá calificar al español de palabrero? ¿Quién que hubiere recorrido las páginas de las Empresas políticas podrá decir que no es claro? ¿Quién que recordare los párrafos del Símbolo de la fe se atreverá á condenarlo por rígido? ¿Quién que conservare en la memoria el discurso inmortal de las armas y de las letras, será tan ciego que no lo encuentre suave y deliciosamente melodioso?
Y si nos fijamos en la poesía, ¿en qué