El incidente se remonta a años...
¡Figúrese que es nada menos qué de la época en que yo todavía fumaba a escondidas de mis padres y tuteaba a los criados para darme importancia!
La señora de López no era entonces lo que es hoy, una criolla gorda —¿por qué no decir la verdad aunque se peque de poco galante?— de gran papada, seria, muy señora, vestida con ropas lujosas y hediendo a perfumes penetrantes.
¡No señor!
Era una morochita de 16 años, dueña de un lunar sobre la boca que atraía los ojos, si estos no estaban ya como clavados en unas mejillas rosadas que tenían no sé qué diablo de encanto que ahora me atrevo a llamar picante, pero que entonces no calificaba.
Y luego que aire tan distinguido, tan elegante el suyo —¡y qué manera de reir tan picarezca... tan calavera!
¡Soy viejo pero todavía se me paran los pelos de punta cuando me acuerdo!