venciera y recordándome de repente, encontréla recostada en el gran sillón de mi madre, con toda la ropa desprendida y durmiendo a pierna suelta.
No bien abrí los ojos no sé que espíritu maléfico acarició mi mente, pero el hecho es que se apoderó de mi la idea de ver desnuda su pechera.
Y despacio, despacito, me acerqué a ella, y por sobre su hombro quise mirar los encantos que las ropas revelaban.
No consiguiéndolo me arrodillé a su lado y con toda precaución aparté los lazos de su vestido desabrochado; luego con mayor cuidado aún, comencé a entreabrir su camisa espiando con mirada ardiente por entre las rendijas y teniendo cada vez ideas más malignas a medida que adelantaba en mis investigaciones.
Mis manos temblorosas le producían probablemente cosquilleo voluptuoso, porque noté que la tela se inflaba de repente a impulsos de una fuerza interior de que no me daba cuenta y que ella dando un gran suspiro se reclinaba hacia el lado derecho.
Su movimiento dejó de descubierto lo que tanto ansiaba ver; dos montoncitos de car-