Amir y Arasi 125
Callóse y sólo se escucharon los sollozos convul- sivos de la madre, en tanto que el hijo se dejaba saer sobre una silla. conmovido ante tan sincero dolor.
¡Oh! En aquel momento, no era sólo el desvío del hijo, lo que alzaba desacompasadamente el pecho de la madre á impulsos de un incontenible llanto; — era el tumulto de los recuerdos inolvidables, cuaja- dos de hiel eterna, uniéndose á los sucesos presen- tes... ¡Y la infeliz mujer, perseguida por el acento de la desgracia y adivinándola en su corazón como una profecia, dejóse subyugar por una fuerza mis- teriosa. Anotó el pasado, meditó en la dolorosa prueba del presente, y presintió el porvenir. Una onda de amargura bañó su corazón y conmovió sus entrañas.
La ventura, había terminado para la esposa des- graciada y para la madre... que ya no podía creer...
Comprendió Amir el desgarramiento que con- movía el alma de su madre. ¡Tembló!... no pudo evitarlo.
— Madre — dijo — ¡ perdóname!— y sus ojos se nublaron de lágrimas y sus brazos se aferraron al cuello de la infeliz.—¡ Perdóname! y á medias pala- bras, emocionado.
— Díme que me perdonas. díme que ya no quieres Horar más...
— No, 10... murmuró apenas la madre.
—Díme que no me guardas rencor, que consideras mi ingratitud como fruto tan sólo de mi inexpe- riencia, que yo no puedo ser malo con mi madre, con la que me dió el ser, con la mujer más digna de ser venerada...
— ¡ Yo... guardarte rencor!... Las madres aman