Amir y Arasi 141
Quizá el temor de una revelación brusca y terri- ble. imprimía en su frente un sello de interrogación muda y angustiosa.
Pero sin irresolutas disposiciones, sin negaciones cobardes del pensamiento en ercencia no definida, corrió al huerto y puegnando por dar un acento tranquilo á sus palabras, brotadas en un tono de melodía quejumbrosa, detúvose ante el débil tronco de una parra que crecía sin hojas y casi sin savia. ¡Era la debilidad, pidiendo un apoyo á la debilidad misma !
Arasi la rodeó con sus brazos y recostó su seno sobre el tronco oscuro y delgado. Un viejecito de blanca cabellera lacia, abría un surco en la tierra, á pocos metros de la joven, pero separado de ésta por un espeso cereo de esbeltas tunas. Este vieje- cito por contar largos años de servicio en la casa, era considerado como persona de la familia ó poco menos.
— Don Andrés — murmuró la joven alzando el rostro y cerrando los ojos para ocultar el brillo apagado de su tristísima mirada.
— ¡Pero...! — murmuró el viejecito asombrado, y asomando la eabeza por encima del vallado. — Así me gustan, las muchachas; lindas y guapas como como ellas solas — dijo.
— No es eso, don Andés — respondió Arasi, que, impotente para ocultar su sufrimiento llevóse las manos al rostro y rompió á llorar. El viejito dejó la azada, y aproximóse á la joven.
— Ué — murmuró. — ¿Y por qué se yora?
—Un momento continuó Arasi entre sollozos. Mire, don Andrés — dijo luego. — ¿Usted sabe la casa de una vieja bruja que dicen que saca la suerte ?