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Amir y Arasi 143

sin duda por qué los ancianos tampoco respetan á las jóvenes señoritas. Y Arasi hizo un gesto que don Andrés entendió por ésto: — La prueba la da usted...

—Don Andrés hizo una mueca graciosísima y miró á la joven...”

— Bueno — repitió Arasi — lléveme á donde vive la señora esa...

— Mande la joven señorita—y don Andrés supri- mió un paso y se quedó prudentemente á reta- enardia, Arasi no se dió cuenta exacta de la especie de pantomina del confiado viejecillo. Apoyó la ea- Leza en una mano y así echó á andar, sin mirar el sendero qeu pisaba y con los ojos llenos de lágrimos.


Una linda casita, blanca, apartada, se alzaba en medio de un sitio solitario, sin árboles, y sin casas vecinas.

Don Andrés que ya se había olvidado de que mar- chaba de cola se detuvo á la puerta de esta casa y llamó con mano temblorosa.

— Creo — dijo con ligera pausa Arasi — que en- contraré aquí la verdad. ¡La verdad! y la joven, sin sentir la más mínima sombra de una duda, con- tinuó: Si la verdad se estrella contra el afán de mi alma, Dios tome cuenta de mí. Sonaron pasos pesa- dos y la puerta de la casa, se abrió...

Arasi penetró resueltamente en la salita.

No había en aquella habitación nada, digno de merecer el honor de una descripción, á no ser una