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144 Margarita Eyherabide


mesa cuadrangular, no del todo desvencijada, colo- eada en un rincón de la estancia.

La mesa está vacía, al menos es esta la impresión que se tiene á primera vista.

No obstante, acercándose más al mueble, se verá una colección de cartulinas, cortadas con idéntica simetría y colocadas eon aparente orden. de ocho en ocho, en cuatro hileras correspondientes.

Arasi cogió las cartas, y su pulso comenzó á tem- blar.

Una mujer, de aspecto huraño, alta y huesosa, de cabeza alargada y cabellera lacia y negra como la noche llegóse junto á la joven y la dijo sin cere- monias.

— ¿Barajo yo ó baraja usted?

— Más me place que lo hago yo — murmuró Arasi con la voz temblorosa y tomando las cartas, comenzó á darles vueltas entre sus manos.

Tenía la joven la mirada fija en el suelo y su aspecto no aparentaba unción ni recogimiento.

Pero, los párpados inclinados ocultaban un deseo supremo que se hubiera traslucido en la mirada, y ¡ho era con las manos con lo que la joven oprimía las temibles armas de la hechicera; parecía que había puesto su corazón entre ellas y allí exprimía su savia para que le ofrecieran el consuelo en calm- bio del sacrificio!

Arasi dividió en tres porciones idénticas, las car- tas y miró con horror la boca desdentada de la hechicera.

— Detuvo la bruja, la mirada, en la carta última del primer montón y murmuró: el trébol.

Arasi sintió que su pecho se ensanchaba y exhaló