154 Margarita Eyherabide
Volvió á bajar la frente sobre el pecho y el brillo instantáneo de los 0Jos. apagóse. ..
De nuevo rumoró la noche, intenso movimiento; era como un regocijado batir de alas de esperanza, burlando el poético recogimiento de la umbría noc- turna.
Sobre los campos, en viaje de reereo, seis pare- de enriosos teru-terus entonan un salmo de bienvenida.
La mano fuese al pecho y comprimió latidos que hacían daño.
¿Era temor, espanto? —¡era esperanza! — Pal- pitó con la rapidez del vuelo de un colibrí. El labio no sonrió; no se atrevió el presentimiento, á dela- tarse en una mueca que podía convertir la desilusión. -— Oprimida, llorosa, palpitante, escuchó...
Más fuerte se sintió la voz del teru-teru.
¡Las manos se juntaron y alzóse al cielo la mirada!...
Una voz, un grito, una exclamación ¡y dos seres se estrecharon delirantes uno contra otro, dos seres se besaron las frentes con pasión infinita!...
— ¡Madre de mi vida! y la voz apagada sumer- gida en la emergencia de la emoción, respondió : — ¡Hijo de mi alma! Y, besándole más y más, apre- tándole otra, y otra vez, sobre su seno, para con- vencerse de que era verdaderamente el hijo suyo, Moraba, lloraba sin consuelo, con llanto intermina- ble. ¡Oh! la felicidad la ahogaba y se deshacía en lágrimas de ventura!
— ¡Mi hijo, mi hijo querido! -— pudo gritar más fnerte —¡mi hijo adorado, mi Amir!
—Sí; tu hijo querido, tu hijo adorado, ta Amir!
— ¡Bendito sea Dios!
— ¿Me creías muerto, quizá ?