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110 Margarita Eyherabide


intervención de mi persona, cn su vida, ha sido estela pálida, sin fulgores tenaces, y Amir se con- solaba ¿nconsolándose.

— Eres un nostálgico de tu patria—díjole un día el señor Garrido á quien no había escapado la me- lancolía del joven.

— Este se sorprendió. Todos los emigrados sen- tirán mi pena — respondió —¡ Ah! dijo Garrido --- pero unos más que otros; — por ejemplo los jóve- nes, más que los viejos. Y añadió. Los jóvenes que han dejado por allá, á alguna damita... la no- via, por ejemplo.

— Por suerte yo no estoy en ese caso — se apre- suró á contestar Amir sin inmutarse. Su contesta- ción fué tan precipitada que el peor observador, hu- biera echado de ver alguna rueda movible en el trámite...

— Ah, ah, ah — dijo el señor Garrido — esa res- puesta la hubiese tenido yo... aunque no dijera la verdad—y se echó á reir. Y vemos á ver, dijo luego — ¿qué habría de extraordinario en que tú dejaras una novia en tu patria? Y ahora hagamos. una su- posición: — Tú eres un joven pobre y no se te habrá ocurrido enamorarte de otra pobre; dos pobretones ¿Que se atreverían á hacer? Espero que habrás bus- cado á una ricacha. No rica, sólo; ricacha, lo que se llama ricacha.

Amir se puso muy serio. Soy un joven pobre, dijo, pero de una pobreza que no se rebaja ni sobrecoje ante nadie. Yo no vendo mi persona y mi corazón. señor director.

— Oh, que lindo muchacho — exclamó Garrido alrazándole entusiasmado. Estos son los verdaderos hombres honrados. Y añadió como demandando con