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Amir y Arasi 119


CAPÍTULO XI

De rodillas sobre el pavimento y pegando el ros- tro á los vidrios de la ventana, Arasi, la hermosa Arasi, apretando la cortina con mano convulsa, miraba ávidamente á su amado. Le miraba, con una sonrisa en los labios y una lágrima en los párpados. La ansiedad y el amor, se retrataban en la delicada expresión de su rostro bondadoso.

— ¡Ah! le amo, ¡le amo! — murmuró al ver al joven volverse y levantándose cayó en brazos de una joven de su misma edad que la besó dulcemente.

— ¡Todo se arreglará! — la dijo ésta con ternurz.

— ¡Ah! — murmuró Arasí. Me importan un bledo las suposiciones de tus vecinas. ¿Que vengo á verle? ¿qué estoy loca por el castellano? — ¿Qué me in- quietan las ocurrencias de esas despechadas, si, te- niéndole á mi vista, me creo un instante libre de las desesperanzas que me martirizan ?

— ¡Oh Arasi! — murmuró la otra joven, ¡Bien piensas! Generalmente somos esclavos de las conve- niencias, de las trabas sociales!... En efecto; mis amigas de en frente han osado decir que tú. pues te han visto venir seis días seguidos. ..

— Y bien; continúa.

— Ya sabes querida Arasi, que yo te paso las lo. curas que he oído en boca de mis vecinas, únicamente porqué no las sepas por otros, y no sufras mayor- mente. Por otra parte podrías creer que mi amistad adolecía de cualquier...

Arasi se apresuró á contestar: